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El alquimista de Remedios Varo y La alquimista de Guadalupe Ángela

  • Rafael Alfonso
  • 18 abr 2016
  • 3 Min. de lectura

El alquimista es el título de una de las pinturas emblemáticas de Remedios Varo, la pintora mexicana de origen español, y lo es porque sintetiza el universo iconográfico de su autora. México, por gracia de los pinceles de Frida Khalo, Remedios Varo y Leonora Carrington, fue uno de los últimos reductos del surrealismo en el mundo. En la obra de estas artistas dicha vanguardia siguió practicándose hasta ya rebasados la primera mitad del siglo XX.

En consonancia con esta escuela, en El alquimista prevalecen los elementos realistas visitando lugares inesperados y creando nuevas y sorpresivas relaciones entre objetos, personajes y escenarios; relaciones que a raíz de los trabajos de Sigmund Freud, se entienden como expresiones de la realidad inconsciente, el principal objeto de estudio del psicoanálisis.


En el cuadro de Remedios Varo, también llamado Ciencia inútil, vemos en primer plano un piso de mosaico recubriendo un páramo, mosaico que en un momento dado pierde su lógica rigidez para vestir al personaje principal a manera de un manto; este personaje, el alquimista, está sentado sobre un banco y gira una manivela. Esta sencilla operación provoca el movimiento de toda una maquinaria contenida en un castillo que se ubica en un tercer plano. Dicho castillo parece tener como razón de ser el contener a la maquinaria en cuestión, construida con frágiles materiales, madera y cristal, principalmente y que se revela repleta de poleas y engranes. A su vez, esta maquinaria parece tener como fin recabar la humedad del ambiente en pequeñas botellas a través de un proceso de condensación extrema. El personaje, el alquimista, parece por su parte, impasible, neutro, incluso, hasta triste. Y aquí es donde inicio la comparación con La alquimista, el poemario de Guadalupe Ángela que retoma la obra de Remedios Varo. Inicio esta comparación, justo aquí donde radica la principal diferencia entre la poeta y su fuente de inspiración, la voz poética presente en la alquimista no puede ser neutra, por más que se empeña en ser discreta. En el libro vibra una emoción constante, contenida quizá, pero siempre presente. Al igual que en la obra de Remedios Varo, en La alquimista es posible sentir el desplazamiento por paisajes oníricos, se puede establecer que esta construcción/libro contiene una sutil maquinaria, frágil también (entiéndase delicada) que se construye, solamente, para condensar “eso” que está en el aire y se deposita en los breves poemas que ahora presentamos. Porque a los días de fragua de esta obra que hoy tengo entre las manos, hay que sumar una intención clara de ir más allá de una mera descripción, de un intento por traducir la pintura al lenguaje poético. Guadalupe Ángela propone, se arriesga, demasiado dirán algunos, al trabajar sobre uno de los personajes más emblemáticos de la cultura mexicana; pero la autora libra el reto con su arte y con voz propia, cultivada a través de los años de su andar como poeta. Esta voz, se atreve a ensayar la alquimia, su propia ciencia. Cómo dijo Höderling, “La poesía es la más inocente de las ocupaciones hecha con el más peligroso de nuestros bienes”. Tal es el lenguaje, capaz de de herir de muerte o de propiciar la barbarie de la guerra. Con ello, con este material tan delicado y peligroso se atreve oportunamente nuestra alquimista, pues ¿qué es la poesía sino una ciencia inútil?


 
 
 

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